Montalve

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. El descubrimiento no fue de golpe como podría esperarse, sino lento y paulatino. Igual que el retorno a la consciencia. Como cada mañana se levantó más dormido que despierto. Prendió la cafetera y el televisor antes de meterse a bañar. El sonido de la regadera ahogó el parloteó familiar del noticiero, pero no es como si le prestara atención. Solo quería llenar con algo, lo que fuera, el silencio matutino que perduraba, igual que la cama fría, desde el divorcio. Es por eso que le había comprado el boleto a Rosita. No porque creyera, o quisiera, la posibilidad de ganarse el avión. Dios me libre, pensó en ese momento. No, lo compró con la esperanza de llevarla a la cama. Dígase, lo compró por caliente y pendejo. Cuando Rosita llegó a ofrecerle el boleto lo hizo con ojos llorosos, el escote ligeramente abierto y descansó la mano sobre su antebrazo. La pobre lo había adquirido urgida por su madre y ahora no tenían ni para